Volver a Elena Ferrante es volver siempre a la herida
por Sonia Fides
La autora se detiene hoy en un café para fantasear sobre Elena Ferrante, pseudónimo de una escritora italiana, entre cuyas celebradas obras se encuentran ‘La amiga estupenda’ y ‘Las deudas del cuerpo’. “No hay mañana más luminosa que la que crea la imaginación…”. “Volver a Elena Ferrante es volver siempre a la herida”… Quizá de su privilegio de mezclar vida y muerte sin necesidad de que haya un certificado de defunción nazca su necesidad de ser discreta”…
Buscar la realidad donde sólo existe el capricho de alguien a quien no se conoce. Imaginar paisajes y movimientos. Calles que son inventadas para que los cuerpos inciertos encuentren su sombra. Descifrar habitaciones y el alimento que saldrá de ellas. Creer en las palabras de aquella a quien el destino convierte en un secreto.
No hay mañana más luminosa que la que crea la imaginación. Quizás por eso Elena Ferrante con su prosa exacta, con la feroz colmena emocional que ha construido a través de su tetralogía napolitana (La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida) haya dejado ciega a toda una generación. Nadie la conoce, pero todo el mundo la busca y cree en ella como cree en cualquier exégesis de la resurrección la madre de un muerto. Estoy segura de que San Pablo la maldeciría si fuese posible maldecir aquello que no tiene entrañas, ni corazón ni mucho menos partida de nacimiento. Los misterios elevan a algunos individuos a lugares donde la gravedad no podrá acordarse de ellos.
El sol desmiente el porvenir de muchos hombres en este invierno. Estoy sentada a la mesa de un café en el que podrían sentarse también las certezas que necesito; sin embargo, las respuestas son mujeres inquietas mientras Europa se mezcla con Oriente y Lesbos se convierte en el pudridero que jamás pudo imaginar su más ilustre poeta. Pienso en Elena sentada frente al televisor e intento formar su cara y su memoria a través de la cara de los muertos que sirven de alimento a mi desolación, pero Ferrante es tan inaprensible como la belleza que el paso del tiempo le roba a cada hombre. El camarero no deja de mirarme y me extraña porque supongo que no seré la primera mentira que se ha sentado a una de sus mesas. Abro mi viejo cuaderno de notas y releo pedazos de la vida que sin saber por qué he inventado para ella y que he mostrado sin pudor en un periódico:
“Volver a Elena Ferrante es volver siempre a la herida, pero a la herida con el mejor diseño, a aquella que no desperdicia la sangre ni se apoya en los efectos especiales. Volver a Ferrante es encontrar verdades de las que huimos en esa realidad que nos asiste y concierta nuestras citas cada día. Volver a Ferrante es sentarse cara a cara con la memoria, ese espejo retrovisor que jamás pierde el azogue.
“Elena Ferrante es concreta, dura, y practica un ritmo narrativo que fabrica un diccionario de palabras y emociones que taladra la carne y la objetividad de quien lee hasta convertirlo en un monigote al que arruga y descoyunta con cada frase que escribe. Es una duelista inteligente y ácida”.
Inventar lo inventado desde las certidumbres que fabrican sus libros debe de formar parte de alguna locura aún no diagnosticada. Me persigno, el infierno es un lugar incómodo para los débiles.
La tarde comienza a devorar lo que simulamos ser cuando la luz se afana en desmentir la vida que ofrece la oscuridad. La firmeza de un hombre reside en los movimientos que ejecuta cuando nadie lo ve, también en la soledad es donde ese mismo hombre debe obligarse a ser elegante. Imaginar, imaginar para saldar las cuentas con el maravilloso regalo que ha supuesto para mí el generoso anonimato de Elena Ferrante porque en él reside el éxito de quien decide la voluntad de su memoria literaria. Sus personajes parecen sentarse de pronto a mi lado. Las manos ásperas de Lila sobre el velador o los ojos opacos de Lenú incitando al camarero, que no me quita ojo, a que no me pierda de vista. Sus abejas de entrañas dulces y movimientos crueles en torno a un zángano que las convertirá en dos reinas que lucharán a muerte sin que la muerte llegue, en dos amigas que habitarán un purgatorio con paredes de hiel y olor a pobreza.
Elena Ferrante conoce en qué lugar del cuerpo reside el fracaso de cada hombre y lo cuenta, y cómo lo cuenta. No todos los hombres saben morir de la misma manera y no a todos nos encuentra la muerte cotidiana en la misma postura. Ferrante conoce el camino que recorren los muertos a los que otros muertos saludan por la calle. Quizás de ese privilegio de mezclar la vida y la muerte sin necesidad de que haya de por medio un certificado de defunción nazca su necesidad de ser discreta.
El café ya no hierve como cuando comenzó este experimento, ahora no es más que otra víctima de la estación.
Hago un gesto al camarero para que se acerque, los soñadores también debemos defendernos del invierno, no dejar de movernos mientras la realidad vuelve para calentarnos la carne. Llega enseguida y llega con la cuenta en la mano. Está claro que quiere que me vaya. En realidad ha estado claro desde que me senté a la mesa. Parece que quiere sonreír, pero al final sólo espera que salde mis cuentas. Busco en el monedero y saco un billete, dudo durante un par de segundos si debo dejarle o no propina, a fin de cuentas ya he sido muy generosa con él llenando su establecimiento de fantasía. Cierro el cuaderno y me levanto para ponerme el abrigo. Salgo. La calle está desierta cuando abro la puerta para volver a la vida. Frente a mí una mujer de mediana edad me mira con fijeza. La veo mover la boca y escucho su voz. Tiene cuerpo de mujer, pero su voz es ronca y masculina. Me aprieta con suavidad la mano que agarra el tirador de la puerta y por fin escucho lo que dice: “No busques nunca lo que no quiere existir porque en tu indiferencia encontrará la eternidad”.
Me subo el cuello del abrigo y memorizo su petición. Acabo de comprender que “los milagros se escurren sin darnos cuenta”.