La Vanguardia

Esa droga llamada Elena Ferrante

¿Quién se esconde tras el nombre de la autora de esta brillante tetralogía que ahora aparece en catalán?

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, Barcelona

Se ha convertido en adicción. Ferrante es el fenómeno literario actual más rodeado de misterio y se salva de quedarse sólo en una maniobra precisamente porque la maestría de su escritura ha unificado el criterio de prestigiosos críticos. Según Chicago Tribune los personajes de las novelas de Ferrante son excepcionales. “Tan torrenciales como Tolstói, tan precisos e infalibles como los de Flaubert”. Para Vogue ha sido la ficción con más impacto de los últimos diez años. The New York Times asegura que Ferrante, como Alice Munro o como Doris Lessing, atrapa, captura como pocos, la complejidad y la textura del día a día, la cotidianidad de la mujer contemporánea.

No sabemos a ciencia cierta quién es Elena Ferrante, no sabemos si es mujer u hombre, ni qué edad tiene ni qué nacionalidad. Y esta condición secreta, a expensas de ser un gancho comercial innegable, la ha dotado de un manto misterioso que algunos quisieran levantar. En su caso, por suerte, la literatura se sostiene con la misma literatura. No necesita nada más.

Lo innegable es que sus novela napolitanas mantienen en jaque a muchos. Se ha convertido en la autora más celebradas de los últimos tiempos, a quien han dado la bienvenida los editores como una nueva Elsa Morante. De hecho, en una entrevista concedida (por correo electrónico) a Vanity Fair, la autora declaraba haber escrito su tetralogía napolitana bajo el hechizo de Mentira y sortilegio de Elsa Morante.

Tras su publicación en castellano, por Lumen, por fin tenemos la versión catalana. La Campana compró la tetralogía entera y su primer volumen,L’amiga genial, sale a la venta a principios de este diciembre. En marzo se publicarán Història del nou cognom e Història de qui fuig i de qui es queda. Finalmente, en junio, Història de la nena perduda, el libro que cierra el proyecto. Su editora, Isabel Martí, se dio cuanta pronto de que Ferrante “te pilla y no te suelta” y ella y su equipo han realizado un trabajo magnífico.

Algunas voces aseguran ya que Ferrante es, en realidad, una napolitana de nacimiento que tras una temporada en Grecia se instaló en Turín. Se atreven a apuntar que tiene hijos, está separada, vive sola y está licenciada en Filología Clásica. Que es escritora, profesora, traductora. Que ha cruzado la frontera de los sesenta años. Las pocas entrevistas que ha concedido –cinco en total– han tenido lugar por correo electrónico y sólo sus editores italianos la han visto en persona. Si alguien la conoce, le sigue el juego y guarda silencio.

Si usted se dispone a leer las cuatro entregas de Ferrante, primero tome asiento y luego papel y lápiz. Necesitará anotar todos esos detalles del gigantesco mosaico que, seguro, pueden escaparse. Cada uno de los libros de la tetralogía despliega un entramado doble. El primero, de lugares (Florencia, Nápoles, Milán, Montpellier, Burdeos) y el segundo de sentimientos (maridos, amantes, exmaridos, hijos, abuelos, suegras).

Ferrante nos somete a pasiones y violencias, esperanzas y frustraciones, a cada punto y aparte. Por eso algunos analistas literarios no han dudado en decir que la historia de amor que narra es de magnitud épica. A pesar de que le debe mucho al neorrealismo italiano, suyo es el milagro de explorarlo: extraer el dramatismo de lo puramente cotidiano. Explorar a fondo los sentimientos. A la intriga del thriller le une la adicción del culebrón y la profundidad del sentimiento. Dicen que corrige poco. Que le gusta escribir desde el estómago. Ya le han rendido pleitesía Zadie Smith, Juan Marsé o Ken Follett.

Lina (Rafaella Cerullo) y Lenú (Elena Greco) nacen el mismo día del mismo mes del mismo año en un barrio humilde de Nápoles. Son la cara y la cruz de la misma moneda. O las dos caras de una misma mujer. Una hiedra que cruza sus hojas. Lila, la morena inquieta, perversa y inconstante. Lenú, la rubia tranquila, sencilla y empática. Lila guiada por el intelecto; Lenú por la emoción.

Es ella, Lenú, quien nos relata la historia, ella quien dice sentirse fascinada e inferior ante Lina y quien parece tener más puntos de contacto con la autora que la ha creado. Opinan sus traductores –que tampoco han podido tener relación directa con Ferrante– que Lenú es, con certeza, el álter ego de Ferrante y que es muy probable que existiera, en la realidad, esa amistad entre dos amigas que se forja desde la infancia y alcanza su jubilación.

La historia arranca en la época actual, cuando Lenú, escritora famosa, recibe la noticia de la desaparición de su amiga de infancia, Lina. Inicia entonces un camino de regresión, un ejercicio de memoria. A lo largo de su vida las dos compartieron experiencias comunes, de la maternidad a noches de fiesta como aquella fatídica en que Lina se lió con Lino y Lenú con el padre de Lila. Pasando por un hecho esencial, punto de inflexión de toda la narración: comparten un mismo hombre, Nino, personaje conocido en el ámbito universitario –dirige un instituto de investigación– y amante de las dos en épocas distintas.

Las protagonistas de la tetralogía de Ferrante son casi antagónicas. Incluso la maternidad la viven de maneras opuestas. Lila, ajena al bebé y con un recuerdo terrible del parto; Lenú cómoda con el suyo, el parto plácido de Imma. Y la verdadera tragedia: la desaparición de Tina, la hija de Lila. No hay pruebas de accidente ni crimen. Sólo la desaparición. Alguien, años después, la atribuirá a los hermanos Solara, sombra de la mafia. Hay quien apunta que esa es una de las razones de la autora para silenciar su identidad: asignaturas pendientes con grupos capaces de presionar a cualquiera, amenazas veladas, antiguas rencillas. Sin embargo, ella siempre elude ese supuesto. “No temo nada en especial , me parece interesante que se valore la literatura por sí misma, sin condicionantes”.

Aunque Lenú puede amar y odiar a la vez a Lina, intenta mantener cierto equilibrio en su vida. Admira a su cómplice, su amiga de infancia, precisamente porque encarna todo lo contrario a ella misma. Lina, por su parte, más difícil, más rotunda, reconoce su caos personal y su incapacidad para ciertas cosas. “Conmigo el amor no resiste”, llega a afirmar. “En mí no resiste el amor por un hombre, ni siquiera resiste el amor por los hijos, no tarda en agujerearse”. Llega a decir la protagonista que a Nino, durante un tiempo, le amó más que a sus propias hijas.

De 1976 a 1979 Lenú vuelve a Nápoles, su ciudad natal (¿nació Ferrante en Campania, como dicen?) mientras sigue instalada en el compromiso político. En 1995 deja Nápoles y alquila una casa sobre el Po. La tetralogía se cierra con la entrada del siglo XXI, Lenú se queda sola, su hija Imma se instala en París y las otras dos en Boston, con su padre. La construcción de ese final de personaje y paisaje responde a una verdadera ingeniería literaria para la que Ferrante se muestra muy hábil.

Y a quienes vuelven a las dudas sobre su autoría cabe recordarles que, cuando al fin se ha leído, ese detalle es el que menos importa al lector. Como explicaba el crítico Robert Saladrigas, sea quien sea, venga de donde venga, se trata de “una escritora excepcional, comparable a creadores de autentico fuste que huyen del ruido y el artificio de la fama y sólo -¡sólo!– buscan legitimar su propio concepto del mundo”.

¿Y si toda esa profundidad en el mensaje femenino estuviera escrito por uno o más hombres? ¿Y si Ferrante, en realidad, fuera una voz masculina? Algunos han llegado a señalar al autor napolitano Domenico Starnone como la persona detrás del nombre que firma a pesar de que él lo niega repetidamente. ¿Y si fueran dos mujeres escribiendo?

Una de las pocas declaraciones que ha dejado Ferrante para defender su anonimato es que prefiere “no formar parte de un “círculo de gente que se sienten triunfadores”. Se siente mejor. Libre para acercarse a los límites de cualquier cosa sin que nadie le pida explicaciones. Sea quien sea, su literatura ya ha ido mucho más allá de su autoría.