Heraldo de Aragón

Mapa del abismo colectivo

Hace no mucho tiempo enuncié que volver a Ferrante era volver a la herida, sin duda hoy después de leer La niña perdida es mi deber ratificarlo y completar mi antigua certeza diciendo que no hay cicatriz capaz de prestarle su cuerpo al final de tan hermosa y feroz herida.

Lenú y Lila ha vuelto y lo ha hecho llenas de certezas. Lo han hecho para contarle a los lectores que el éxito no deshace la genética emocional de ningún hombre. Que las colmenas emocionales se llenan de muertos y fracasados mucho antes de que llegue la miel que le futuro siempre promete.

Lila y Lenú han vuelto y con ellas vuelven la envidia, el amor desmedido, el vivir por persona interpuesta, el reconocer que las ciudades tienen su estómago y que los gustos de éste no cambiarán ni  siquiera a través de sus héroes.

Ha vuelto Lenú para aceptar que la realidad acaba por arrancarle los centímetros a todas las mentiras. Para aceptar que es sólo un personaje que vive y sobrevive en una mentira que con un esfuerzo casi siempre titánico Lila lleva décadas sostiene para ella. Para acabar reconociendo que los sacrificios de Lila serán los únicos éxitos de Lenú.

Conmueve adivinar que desde los seis años, Lila ha deshecho el mundo para que  Lenú tuviese un refugio:

“Lila volvió a mirarme fijamente con la boca entreabierta. Como siempre, se estaba atribuyendo el deber de clavarme una aguja en el corazón, no para que se detuviera, sino para que latiera con más fuerza”

Sin embargo, Lenú no escarmienta y se afana en no reconocer que la mayoría de sentimientos y de palabras no estarían a nuestro alcance sin la ayuda de otros, sin la manera de vivir de otros.

Tampoco escarmienta Lila, esa heroína que destruye a cualquier precio lo que le impide vivir a otros, ese fantasma que guarda dentro de su boca la realidad de aquellos a quienes quiere, que lleva años callando que la miseria se parece demasiado a la locura.

Ferrante construye con fecunda precisión esta rica cabeza, configurada por mil memorias, que atraviesa la formación y deformación de un país y nos enseña sin ningún pudor que las grandes heridas acaban por pudrir la carne de aquellos a los que convertimos en héroes en un absurdo acto de romanticismo.

La niña perdida, cierra una tretalogía de ruido y furia en la que cabe lo mejor y lo peor de cada hombre, en la que el cielo no es más que un elemento ornamental y el infierno la casa de casi todos los protagonistas. Sin duda Dante estaría orgulloso de ella, pero también lo estarían Morante y Torrente Ballester. Porque no hay mejor pasión que la que construyen la envidia, los celos o el deseo:

“Tú sí que eres alguien, hasta tu sombra es mejor que cualquier persona de carne y hueso”  Le dice  el pluscuamperfecto Michele Solara a Lila y a través de su declaración le enseñará a nuestra protagonista que la generosidad tiene un límite que hasta ese preciso instante ella misma desconocía. Ella que por lealtad a su orígenes le ha entregado a su hija predilecta a la nada.

La niña perdida es un abismo colectivo que se puede localizar en cualquier mapa, el aliento de cualquier generación pasada, presente o futura, una guerra en la que los nombres de los muertos y de los supervivientes le pertenecen a todas las ciudades del mundo.

Sonia Fides

Reseña aparecida el 12  de noviembre de 2015  en el suplemento Artes & letras de el Heraldo de Aragón